Seño Margarita

seño smallLa conocimos cuando llegamos de inmigrantes a ese poblado. Era una mujer alta, flaca, con unos vestidos largos a una cuarta abajo de la rodilla, una mirada intensa, firme y llena de ternura detrás de y unos anteojos montados sobre una nariz aguileña.

Pese a ser una mujer noble y conciliadora, era difícil alcanzarla pues siempre andaba de prisa, más bien en estampida. Claro, eran los años cuando la ingeniería de aquel internado era una máquina donde todo estaba planificado; no sabíamos cómo pero mientras jugábamos fútbol en el fango del Campo de la Trinidad, manos de bequistas planchaban la ropa que habíamos dejado en bolsas blancas de tela y que milagrosamente retornaban con dirección a nuestro número de interno.


Pero no siempre fue así. Aquella norteamericana llegó desde Oregon a este pueblo desconocido cuando era una jovencita.

Vivió los momentos difíciles de sueños que se construyen de la nada. Sentada sobre rocas de granito y bajo verdes pinares, conoció de la voz de una casi anciana, la esperanza de un centro que recogiera jóvenes y niños venidos de diferentes partes del istmo centroamericano. Cuando apenas lo que tenían eran unas galeras para servir clases a infantes, casi las mismas galeras que por la noche servían de refugio para las cabras.

Así de humildes e imposibles fueron los inicios de ese sueño.

Tuvo el privilegio de escribir esa inspiración en un himno, que recogía la visión de aquella anciana, a quien llamaban “mama abuela”. Himno que inspiró a muchos alumnos a retornar como consejeros y maestros, también inspiró a líderes que abandonaron su comodidad para irse a vivir a ese pueblo, muchos de ellos hasta sus últimos días. Al final el himno decía lo que marcaría la vida de los estudiantes para siempre: “de tus aulas salgan muchos, bien preparados para la lucha”.


Antes de morir, ya sin poder hablar, sus ojos se inundaron cuando escuchó que ese sueño no murió cuando la institución cerró. Regados por diferentes partes del mundo, ex alumnos decidieron que la razón de cierre de la institución era la oportunidad para cumplir el cometido final de aquel inspirador canto: “traer honor a Dios y al legado de esa institución”.  La Seño Margarita por medio de Fran, su sobrina autorizó el uso de su nombre para la Fundación de los ex alumnos en Honduras.

La Fundación Margarita Josi busca, 20 exalumnos dispuestos a asumir el reto de creer en los sueños que inspira el Dios de lo imposible.

4 Exalumnos que vean con los ojos de Dios a sus excompañeros, que los amen como son, sin juzgarlos por lo que no son.

4 Exalumnos que crean que amar a Dios implica dar a los necesitados y menos favorecidos.

4 Exalumnos que crean que esta misma inspiración puede impactar a una nueva generación de niños y jóvenes.

4 Exalumnos que se rejuvenezcan con el gozo que produce invertir en lo que mueve el corazón de Dios. La gente.

4 Exalumnos que más allá del reconocimiento humano, quieren traer honra a Dios con sus vidas, sin máscaras religiosas. Pese que entienden que invertir en estos asuntos es un negocio de recompensas no terrenales.

Pero sobre todo, personas que entiendan que no valen por lo que hacen, sino por lo que son.

Varios de estos cupos ya están llenos.

Si una hija de campesinos de Oregon pudo inspirarnos con su ejemplo… hoy cuando te acuestes, pregúntale a Dios e inspírate.